Primeros días en Barcelona
Después de trabajar durante cinco años como gerente nacional de ventas en una empresa textil, me entraron unas inmensas ganas de libertad. En ese entonces vi una entrevista que le hicieron a un viajero llamado Daniel Tirado, donde promocionaba su libro Viajando sin papel higiénico, y esa energía me cautivó; pensé que quería cambiar mi estilo de vida y para eso debía hacerlo de la manera correcta. Así que decidí aprovechar mis estudios en publicidad y marketing y aplicar para un Máster en Periodismos de Viajes que dictaban en Barcelona. Los trámites para realizar este programa académico duraron un poco más de seis meses porque debía gestionar mi visa de estudiante. Comprar tiquetes, seguro de viajes, aprobar la entrevista para la universidad y conseguir dónde vivir. Sueños hechos realidad
Y fue así como el 11 de septiembre de 2016, dos días antes de mi cumpleaños, llegó mi visa, y entendí que comenzaba la aventura que transformaría mi vida por completo.
Atravesé un océano para alcanzar mis sueños
Con la responsabilidad y el coraje que se requiere para dejar todo atrás y comenzar de ceros. Porque las cosas no son tan fáciles como parecen: desde el momento en que te subes al avión en tu país las cosas cambian y estás tú solo enfrentando los cambios que la vida trae consigo. Dejar la familia, los amigos, tus mascotas, todo se vuelve difícil con el paso del tiempo. Porque aquí no se trata de las cosas materiales que tuviste que dejar o vender. Sino que se trata de que la vida continúa para todos y debes meterle el acelerador a tus sueños. Y solo los que hemos tenido la oportunidad de emigrar podemos entender lo que esto significa.
Cuando llegué a esta ciudad tuve la fortuna de contar con alguien esperándome en el aeropuerto. Nunca olvidaré cuando vi a Sandra, a su esposo y a sus hijos con una sonrisa enorme; me gustó muchísimo verlos y eso me dio tranquilidad. Ellos me ayudaron a conseguir el lugar donde, a partir de ese día, viviría el comienzo de una nueva aventura en mi vida. Ese mismo día nos fuimos en metro con mis famosas maletas. Yo estaba un poco cansada por la mojada del día anterior en Madrid, pero tenía una sensación que no puedo describir bien ahora. Pero era como que la vida me iba a cambiar por completo —no puedo mentir—. Sentía miedo y al mismo tiempo estaba feliz de haber dado este paso hacia mi nueva vida.
Es increíble cómo te das cuenta, después de muchos años, que esa persona de aquel entonces no era yo.
Sé que suena trillado, pero si uno mismo no va detrás de sus propios sueños, nadie lo va a hacer por uno. Y yo decidí darle un cambio a mi vida con este viaje. En Colombia tenía todo, pero nada me movía el corazón: mis hijos se fueron a Canadá a estudiar la universidad y yo quedé sola en Colombia, sin una motivación, mi trabajo era monótono y mi vida también lo era. En el 2016 mi vida atravesó por muchos cambios para los cuales no estaba preparada, por eso tomé la decisión de comenzar de nuevo en otro lugar para encontrarme, ya que me sentía perdida y no me conocía lo suficiente.
Dejé todo atrás: una vida, una familia, recuerdos, amigos —en realidad, una amiga—, seguridad, dejé a mi abuela sin saber que nunca más la volvería a ver, lo cual fue mi mayor dolor en este cambio de vida; dejé a mis mascotas, quienes también fallecieron.
Muchas cosas pueden obstaculizarte el comienzo de una aventura, pero tu corazón te mueve hacia donde debes ir.
Siempre pienso que la forma de mi corazón es como la de una brújula implacable que a veces está tan loca que da vueltas y vueltas sin parar.Y es cuando estoy distraída. Pero de un momento a otro se detiene y me dirige hacia donde debo ir y, sin pensarlo ni cuestionarlo, allí estoy subida en un avión, o llegando a un nuevo destino, o metida en un retiro budista. Tal vez conociendo una nueva amiga en medio del frío invierno en Tigre. Todo esto pasa por mi cabeza una y otra vez como ráfagas de fuego, que me mueven y me atemorizan cuando veo que nada es lo convencional y que elegí una vez más vivir una vida nómada. Una vida al libre albedrío que me reforzaría el alma y me pondría a prueba tantas veces, que me botaría al piso una y otra vez para darme la oportunidad de levantarme como una guerrera y decir:
«Aquí estoy de nuevo, más fuerte, más yo, más poderosa».
Y así empieza mi nueva vida, con una familia que abrió sus puertas para mi bienvenida, que me ofreció tapas de todas las que podía haber, que me dieron indicaciones sobre qué debía hacer, y que me brindaron ese abrazo que solo un inmigrante en tierras extrañas siente como salvador, ese abrazo fraternal que nunca se va.
¡Bienvenida!
Sandra es la prima de mi ex y quien, antes de viajar a Barcelona. Me ayudó mucho con los trámites; me recomendó con su prima y su familia. Además, me presentó a Jenny, quien es su familiar.
Después de dos noches en casa de Sandra, tomé un taxi y me dirigí a la casa de Jenny y su madre, mis nuevas compañeras de piso, también colombianas. Esta fue mi primera vez viviendo en la casa de dos personas que no conocía, que no eran mi familia y en una casa que no era mía.
Cuando vi a Jenny por primera vez me dio un poco de temor porque se veía muy seria, al igual que su madre, y aunque fueron muy amables, yo sentía que ellas estaban también un poco a la expectativa. Cuando llegué a mi habitación me di cuenta de que tenía una ventana que daba a un pasillo de la entrada. Un armario blanco pequeño y una cama sencilla. Así que entré allí con mis dos maletas.
Era invierno, pero no había calefacción en ese entonces y tampoco tenía almohada —creo que desde los doce años no dormía en una cama sencilla, así que me parecía gracioso volver a mi infancia—. La primera noche caí como una piedra. Estaba tan agotada que dormí profundamente, y al día siguiente la mamá de Jenny se asomó a mi puerta y me dijo:
«¿Le falta una almohada?».
Desde ese momento supe que esa señora era un tesoro, y tengo tantos buenos recuerdos de ella y de su comida colombiana que me arropaban el corazón cuando me sentía triste y sola. Sus arepas y su arroz con pollo eran preparaciones inolvidables; su música colombiana en la cocina, sus detalles. Estar viviendo con la señora Nubia me daba una sensación de estar en una familia.
Mis primeros días en Barcelona
Viví en el barrio de Horta, que significa huerta, el cual parecía un pueblo pequeño rodeado de casa antiguas. Siempre que regresaba a casa miraba una fila de árboles que adornaban la calle donde vivía; si mirabas al suelo había unas baldosas en forma de flor que caracterizan a la ciudad y me encantaban, la magia de lo nuevo, de la sorpresa. Pienso que la ventaja de viajar es volver a sorprenderse como un niño, es volver a tener la oportunidad de probar las cosas por primera vez.
Empecé a realizar un nuevo ritual, el cual consistía en tocar el árbol que estaba frente a la casa y le decía «¡estoy aquí!». No sé desde cuándo empecé a hacer esto, pero un día reaccioné y pensé que me estaba volviendo loca. Sin embargo, también recordé algunos años atrás, en Uruguay, en un retiro budista, cuando aprendí que todo lo que nos rodea siente nuestras vibraciones: los árboles, el viento, los animales, las personas.
Cuando intento darle un sentido más coherente al hecho de saludar a un árbol, creo que esto me reafirma que estoy aquí y ahora.