Madrid, 1 de enero 

«Por la oscuridad, siento el camino y me guio por un corazón que late. No podré decir en dónde termina el viaje, pero sé por dónde comienza».

Avici 

No sé en qué parte del océano me tomó aquel Año Nuevo, voy en el avión que abordé en Bogotá con destino a Madrid. En aquel entonces ya me era familiar celebrar en el avión un Año Nuevo, no solo lo hacía porque para mí era un ritual de la buena suerte. Sino porque ese día del año es muy económico tomar un vuelo y disfrutar un nuevo destino.

Esta era mi segunda visita a Madrid, la primera fue un poco efímera o tal vez un poco improvisada. Pero en esta ocasión Madrid era el comienzo de la aventura. 

Llegué con dos maletas de 23 kilos cada una y una maleta de 10 kilos, un cojín para el vuelo y una chaqueta de invierno pesadísima con un gran peluche en la capucha. Lo recuerdo porque me pesaba tanto como una maleta. 

Cuando llegué al aeropuerto hacía mucho frío y me sentía muy cansada, solo quería llegar al hostal que había reservado desde Bogotá. Mi estadía en Madrid sería de siete días, así que no busqué algo mejor. Tomé un taxi hacia el centro de la ciudad, me llamaba la atención, ver la ropa colgando fuera de las ventanas de los edificios. Se veía un montón de colores en el día frío de Madrid, luego la gente corriendo para resguardarse de la lluvia de ese día. El conductor, al ver mi cara de sorpresa, me explicaba que debía cubrirme, ya que había pronóstico de nieve al día siguiente. Yo estaba fascinada con aquella noticia. Después de treinta minutos de recorrido llegamos al hotel, que quedaba en el centro de la ciudad.

 

“NO IDEALICES LOS HOSTEL”

Mientras caminaba con mis tres maletas y mi chaqueta, me di cuenta de que era mucho peso para mí y el hostal quedaba un poco lejos. Ya que estaba en una calle donde el taxi no podía ingresar, así que debí caminar como tres cuadras. Llegué a una puerta de acero de color negro con muchos grafitis y noté al lado de esta una pequeña placa con el nombre del hostel. El cual era Mola; me abrieron la puerta y seguí a un ascensor lleno de grafitis y me empecé a poner nerviosa.

Subí al quinto piso, tal como decía mi reserva, y por fin me había encontrado a la recepcionista del hotel, quien me abrió al instante. Me registró y luego me mostró la litera donde dormiría esas noches. Vaya sorpresa la que me he llevado cuando entré y había 14 literas frente a mí, ocupadas con hombres y mujeres. También me indicaron un pequeño casillero para guardar mis pertenencias. 

Entré en pánico

Mi litera era una de las superiores, así que debía subir por unas escaleras pequeñas y endebles, y cada vez que daba un paso sonaba todo el camarote como a punto de romperse. Puse mis maletas detrás del camarote para no perderlas de vista y saqué mi cámara, el pasaporte y ni siquiera me puse el pijama. Dormí totalmente vestida para no tocar las sábanas de esa cama y, además, puse el cojín del avión debajo de mí para no tocar la almohada. Estaba aterrorizada.

Era mi primera vez en un hostal y francamente no dormí, no solo por la desconfianza, sino porque mi vecino de camarote roncaba como un oso, y la de la cama de enfrente hablaba dormida. A la mañana siguiente, muy temprano, me fui a duchar y me di cuenta de que mis chanclas estaban muy en el fondo de la maleta. Y no quería sacar nada porque mi intención era buscar algo mejor para hospedarme, así que, en puntillas, me duché rápidamente y luego bajé. Ese día dejé las maletas en la recepción, me fui a buscar un Airbnb.

¡A RECORRER LA CIUDAD!

Efectivamente, el taxista del día anterior tenía razón: esa mañana nevó e hizo un frío increíble que me hizo dar cuenta de que había llevado la ropa inadecuada. De todas maneras, con frío y todo me dispuse a recorrer Madrid y mi primera parada fue el Parque de El Retiro, allí visité el Palacio de Velázquez y el Palacio de Cristal. También me encontré con una persecución de señoras que querían leerme la mano, pero yo no tenía ninguna intención de permitirlo, así que salí del parque con dirección a la Puerta de Sol. Donde visité la Real Casa de Correos, que tiene un hermoso reloj rojo que, según lo que me dijo una señora que estaba visitándola, se dan las campanadas de medianoche en el año nuevo. 

Después de comerme

un gigante bocata de jamón serrano, fui al hostal a retirar mis maletas para ir al Airbnb que quedaba a cinco calles de allí. Cuando llegué me di cuenta de que se trataba de un apartamento en un cuarto piso antiguo y, por supuesto, no sabía cómo subir mis tres maletas, pero el casero me ayudó y me instalé. Desde la ventana se veía un barrio muy antiguo con las calles en piedra.

Recuerdo que había un mercado llamado San Antón donde solía entrar a comer en la terraza que queda en el tercer piso llamado 11 Nudos Terraza Nordés, desde donde podía ver el barrio Cuenca. Allí también fue la primera vez que probé las famosas tapas, que son pequeñas raciones de comida. Por ejemplo, torta de patatas, emparedados mini con jamón serrano y hasta probé las tapas con mariscos encima. 

Mi paso por Madrid no fue el mejor en un inicio, aun así, me llevó a conocer muchos lugares que quedaron en mis recuerdos y en mi corazón: el Templo de Debod, el cual recorrí nuevamente cuatro años después.
Templo de Debod

Templo egipcio del siglo II a. d. C. instalado en el Parque del Cuartel de la Montaña, cerca de la Plaza de España.

El Palacio Real de Madrid

Que queda en la calle Bailén y me trae recuerdos de una larga caminata para una hermosa recompensa visual. Ver su majestuosidad me hizo sentir que valió la pena tanto caminar. Y claro, la Gran Vía abarrotada de gente, de luces, de tiendas, una calle que siempre está viva.

Palacio Real de Madrid

Por otra parte, Cibeles fue el lugar que me enseñó a viajar sola, quería terminar mi visita por Madrid con esta calle. Era un 6 de enero y se celebraba el Día de los Reyes Magos, al siguiente día tenía mi vuelo con dirección a Barcelona. Así que decidí ir en búsqueda del desfile de los Reyes Magos antes de partir y el casero me dijo que podía verlo en la calle Cibeles. Y que era mejor que estuviera tipo seis de la tarde, ya que se llenaba y luego no podría ver.

Tome mi Cámara

me dirigí a este sitio que quedaba caminando como a 45 minutos de mi hotel, luego empezó a caer un aguacero increíble y. Sin embargo, yo seguía caminando, mis zapatos estaban totalmente mojados, mi chaqueta escurría el agua de una manera impresionante y mi cabello estaba totalmente mojado. Al llegar a Cibeles pensé que encontraría poca gente debido a la lluvia, pero no fue así. Recuerdo ver un mar de sombrillas frente a mí, el lugar estaba lleno de gente y de niños esperando la cabalgata de los Reyes Magos. Yo me refugié detrás de una familia y me quedé como una hora esperando, pero ya tenía muchísima hambre. Así que dije: pues no cambiará nada si voy y busco algo para comer cerca y regreso.

Fui a un sitio de hamburguesas que quedaba cerca y mientras disfrutaba de mi comida, vi en el televisor frente la transmisión en directo. De la cabalgata pasando por Cibeles y me allí estaba yo viéndola por televisión.

Así que pensé: bueno, por lo menos estoy comiéndome esta deliciosa hamburguesa de res, doble queso y patatas fritas calentitas. 

 

Después de mi aventura fallida para ver a los reyes, regresé en medio de la nieve a mi Airbnb tarareando una canción de Joan Manuel Serrat:

«Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar:
caminante no hay camino,
se hace camino al andar».

 

De esta manera dije adiós a Madrid y le di una bienvenida a mi nueva aventura: Barcelona.

 

 

Escrito Por : Natalie Rood

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