Una vez aqui, el resto es posible
Don Quijote Sancho y las cigüeñas
Por la manchega llanura
Se vuelve a ver la figura
De don quijote pasar
Va cargado de amargura
Va, vencido, el caballero
De retorno a su lugarLeon Felipe Camino Galicia / Juan Manuel Serrat.
Cuando tenía solo nueve años, mi padre me regaló un libro que despertó en mí un torrente de sueños y anhelos. Cada página que devoraba alimentaba mi imaginación y me transportaba a tierras lejanas, donde caballeros valientes desafiaban molinos de viento y castillos majestuosos se alzaban en el horizonte. No quería que aquel libro terminara, temía que su final marcara el fin de mis sueños. Así que lo dejaba reposar por días, incluso volvía atrás y releía capítulos enteros, aferrándome a esa sensación mágica que me inundaba mientras soñaba. Don Quijote, Sancho y las cigüeñas fue el comienzo de una gran aventura que comenzó en mi infancia.
Mi padre, sabio como siempre, me instó a terminarlo, asegurándome que ese libro debía ser leído tres veces a lo largo de la vida.
- La primera vez para reír como niño
- la segunda en la adultez para nunca dejar de soñar
- y la tercera en la vejez para apreciar la nostalgia que puede envolver la vida y aun así encontrar su belleza.
Desde aquel momento, supe que mi vida estaría llena de aventuras. Conforme crecía, tracé una lista de lugares que ansiaba explorar y entre ellos estaba Alcalá de Henares, el lugar donde nació Miguel Cervantes, autor de aquel libro que cambió mi visión del mundo. Mi corazón anhelaba conocer ese rincón del mundo, por eso, en enero de 2018, me aventuré hacia Madrid.
Durante un mes, recorrí los alrededores de la capital, visitando lugares emblemáticos como El Escorial, Segovia, Aranjuez y, por supuesto, Alcalá de Henares. Apenas a treinta minutos de distancia desde la estación Atocha en Madrid, el billete de ida y vuelta tenía un valor aproximado de 8 euros.
Mi primera parada fue la casa de Miguel de Cervantes, hoy convertida en museo, ubicada en la encantadora Calle Mayor. Lamentablemente, al ser lunes, no pude ingresar, pero al llegar a la puerta me encontré con Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, sentados en una silla, como si me dieran la bienvenida a su hogar. La Calle Mayor, con sus terrazas y músicos, se convirtió en el sendero de piedra que me guio hacia el corazón de la ciudad.
Aunque fue Don Quijote, Sancho y las cigüeñas quienes me llevaron allí, Alcalá de Henares me recibió con una grata sorpresa. La ciudad, pequeña y fácil de recorrer, me envolvió con su encanto y hospitalidad. Continué mi camino hacia el colegio de San Idelfonso, el edificio principal de la Universidad de Alcalá, fundado en 1499 por el cardenal Cisneros.
Mientras exploraba la universidad, mis pasos me llevaron hacia la plaza de Cervantes. En mi camino, una maravilla inesperada atrapó mi atención: unas aves majestuosas surcaban los cielos. Rápidamente, saqué mi cámara y comencé a capturar aquel momento mágico. Su belleza me cautivó y recordé las imágenes que de niña contemplaba en los libros, aquellas que hablaban de lugares remotos y cuentos de viajes. A menudo, esos libros relacionaban a esas aves con el nacimiento, explicando ingenuamente el milagro de la vida.
Don Quijote Sancho y las cigüeñas
Jamás había visto aves tan hermosas en toda mi existencia. Llené mi corazón de asombro y, curiosa, me acerqué a un joven que pasaba a mi lado para preguntarle qué tipo de aves eran. Con una sonrisa, él me respondió que eran cigüeñas. En ese momento, me sentí maravillada al tener un mito volando sobre mi cabeza. Mi rostro se iluminó con una sonrisa radiante y pasé más de una hora observando a esas aves enormes. Los nidos en las cúpulas de los edificios e iglesias, su plumaje blanco, la gracia de su vuelo y el contraste que creaban con el cielo me dejaron sin aliento.
Guíe mis pasos hacia la plaza de Cervantes, antiguo mercado de Alcalá que en ocasiones se transformaba en una plaza de toros durante las festividades. En el centro de la plaza, se erguía una estatua del famoso escritor, cariñosamente conocida como «el monigote». Sin pretenderlo, esa estatua se convertía en el punto de encuentro para lugareños y visitantes, un símbolo que nos unía en la admiración hacia la genialidad de Cervantes.
Mi travesía me llevó luego a la Plaza de los Santos Niños. La historia cuenta que en este lugar fueron ejecutados los jóvenes Justo y Pastor, quienes sacrificaron sus vidas en defensa del cristianismo. En honor a ellos se erigió la majestuosa Catedral Magistral de los Santos Niños. Curiosamente, sus nombres parecían presagiar su destino.
Llegó el momento de regresar a Madrid, y aunque en tiempos lejanos habría tenido que seguir la ruta de la Puerta de Madrid para llegar en línea recta a la Puerta de Alcalá, en el corazón de la capital española, ahora solo necesitaba emprender mi camino de vuelta. Al partir, no pude evitar reflexionar sobre las murallas que rodeaban la ciudad, antiguos guardianes que protegían a Alcalá de las guerras y a sus habitantes, encapsulando sus costumbres, tradiciones, esperanzas y miedos.
Aquella visita dejó en mí una profunda enseñanza: los sueños pueden transformarse en realidad si nos atrevemos a seguir el camino que ellos nos señalan. Alcalá de Henares me recordó que el mundo está lleno de maravillas esperando ser descubiertas, y que la belleza de la vida reside tanto en la nostalgia como en la eterna capacidad de soñar. El viaje que comienza aquí no tiene límites, el resto es posible.»
Me llevo un muy buen recuerdo del día en que anduve por las calles del loco más genial que ha tenido la humanidad. Ese lugar de cuyo nombre si quiero acordarme.