Las Personas Son el Viaje.
Había tomado un tren a Figueras, una ciudad catalana que queda a tan solo una hora y media de Barcelona en tren.
Los viernes se me estaba haciendo costumbre llegar a mi trabajo con mi mochila para luego tomarme un fin de semana en algún pueblecito cercano a conocer nuevos rumbos y personas.
Ya me conocía los recovecos de la estación de Sants, donde cada viernes tomaba un boleto a un lugar que elegía al azar, solo porque me producía curiosidad su nombre o porque el tren estaba próximo a salir. Mientras estaba en la sala de espera, iba buscando en mi móvil un hostel o un hospedaje en Airbnb para el fin de semana, investigaba un poco el lugar y buscaba recomendaciones.
Siempre me iba muy cómoda para este tipo de viajes, y dentro de mi mochila llevaba conmigo una libreta donde escribía mis aventuras o pegaba alguna cosa que me recordara aquel lugar.
Esos días me había sentido un poco baja de ánimo y quería escapar de Barcelona, así que Figueres me pareció un buen sitio.
Investigación
Investigue un poco más sobre Figueres me di cuenta de que estaba el Teatro-Museo Dalí, una construcción de color rojo con unos enormes huevos gigantes sobre sus columnas exteriores.
En Figueres también encontré el museo del juguete de Cataluña y un museo increíble de máquinas de escribir llamado Museo de la técnica de empordá.
Pero más allá de los museos en Figueres se encuentra el castillo de Sant Ferran este castillo, situado en lo alto de una colina, se dice que es la mayor fortificación de Europa y el mayor monumento de Cataluña.
Mientras esperaba el tren logré reservar en un hostel que tenía muy buena puntuación en TripAdvisor según los comentarios era un hostel muy limpio y seguro, dos cosas importantes que siempre tengo en cuenta antes de reservar.
Durante el recorrido en tren pude disfrutar de unos paisajes preciosos, y el viaje fue muy cómodo. Pues los trenes en Europa son estupendos porque, además de su comodidad, son limpios.
Después de una hora y media de viaje.
Llegué a la estación de Figueres y me fui caminando a mi hostel, que quedaba a quince minutos caminando.
Como siempre, me perdí y los quince minutos se convirtieron en treinta;
finalmente lo encontré, estaba muy central, la señora que estaba en la recepción me llevó a la habitación y me dijo:
«Qué afortunada eres hoy, pues estás tú sola en la habitación. En estos hosteles, por lo general, hay muchos viajeros».
En aquella habitación solo había cuatro literas y yo estaba sola. Así que empezó mi viaje a Figueres muy bien.
Había dejado mi mochila en el casillero y me dispuse a salir para conocer, tomé un mapa de la recepción y me fui a caminar.
Lo primero:
noté era que había un hermoso museo de juguetes, el cual fue inaugurado en 1982 y tenía aproximadamente 15.000 piezas coleccionables de juguetes de todas las épocas.
Recuerdo haber pagado muy poco por la entrada (unos 7 € aproximadamente), pero fue un viaje al pasado en la infancia de muchos de nosotros, de nuestros padres y abuelos.
Después :
salí de este museo, quería ir a comer algo y descubrí un lugar muy bonito donde la comida era muy buena:
se llama Can Jordi y me deleité con un delicioso arroz de mar y montaña, y de postre una crema catalana.
Hasta ahora parecía un viaje normal, así que seguí mi recorrido turístico. Realmente Figueres es muy fácil de recorrer.
Como siguiente parada fui al Teatro-Museo Dalí.
En las afueras hay muchas estatuas estupendas y curiosas que me llamaron la atención, pero al distraerme tomando fotos, perdí la última entrada al museo. Así que no pude entrar y pensé que me había quedado sin plan.
Feria de Artesanías
Me di cuenta de que en el centro del pueblo había una feria de artesanías, y entonces recorrí caseta por caseta mirando las cosas que vendían. Cuando de un momento a otro, me causó curiosidad una señora mayor, tenía el cabello claro y unos ojos azules tan claritos como los de mi abuela, así que me acerqué a su estante y vi que vendía un montón de cámaras antiguas, también fotos en blanco y negro.
Ella me vio tan curiosa que me empezó hablar de Figueres, me preguntó si me gustaba y, de esta manera, entablamos una conversación muy agradable.
Le dije que yo era una apasionada por la fotografía.
—Te voy a mostrar una cámara muy antigua que utilizaban los espías
—dijo ella, y entre todas sus cámaras sacó una pequeñita, preciosa, la tomó entre sus manos y me dijo:
—No importa el tiempo que tomes para hacer lo que amas.
Ella era una fotógrafa catalana que descubrió su pasión cuando tenía cincuenta años, cuando su esposo encontró una cámara similar en un mercado y se la llevo porque le pareció según ella muy Mona (es decir bonita), así que este fue el descubrimiento de una pasión que llevaba guardada durante toda su vida.
Después de haber educado dos hijos, tres nietos y un esposo, se dedicó aprender fotografía, me contó que junto con su esposo hacían escapadas en los pueblos de Cataluña para tomar fotos a los atardeceres. Sus viajes empezaron a comprar cámaras antiguas, luego se convirtió en un negocio porque más personas como ella aficionadas a la fotografía les encargaban cámaras.
Y aquí realmente empezó mi viaje.