¿Qué hacer cuando lo que sueñas se hace realidad?
Primeros días en Barcelona Después de trabajar durante cinco años [...]
Primeros días en Barcelona Después de trabajar durante cinco años [...]
Me encontraba en lima una tarde domingo planeando mi siguiente destino, recuerdo dudar entre Brasil o Uruguay , mi estado de ánimo estaba un poco bajo y quería más tranquilidad, decidí llamar un amigo argentino y le pregunte qué lugar de Uruguay me recomendaba visitar primero ya que mi objetivo era quedarme 30 días en el lugar, su respuesta fue cualquier lugar donde llegues a Uruguay es amor y paz, un poco sorprendida de su respuesta solté una carcajada y me contesta te hablo en serio, compra los tiquetes primero a Uruguay y luego podrás ir tranquilamente a Brasil.
Con el paso del tiempo me he alejado lentamente de mis raíces, de mi cultura y hasta de mi familia. Cuando estoy perdida siento un hambre intensa, y no es metafórica. Empiezo a sentir curiosidad por nuevos sabores y colores. Frente a un nuevo plato, lo primero que hago es identificar los ingredientes por medio de mi olfato, luego se conecta mi cerebro, empiezan a llegar los recuerdos y comienzo a viajar. Con el primer bocado siento esa mezcla de sabores nuevos, es como un despertar. La comida me conecta con las culturas, con su gente, «la comida es mi ancla».
Este año he completado siete viajando por varios lugares, los cuales han llenado mi mochila de experiencias, recuerdos, anécdotas y, sobre todo, de paciencia. Últimamente, recibo muchos mensajes por Instagram a diario de personas buscando un poco de asesoría, especialmente en esas primeras aventuras al exterior y, por este motivo, he decidido escribir sobre lo que significa emprender un nuevo viaje.
Cuando estoy viajando en parapente, la brisa toca mis mejillas y me siento liviana, como si dejara por un momento la mochila de la vida en la tierra y estoy solo conmigo; es en ese justo momento en el que estoy presente. Volar con el día muriendo y la noche naciendo es la sensación más hermosa que he podido sentir, y cada vez que vuelvo a subirme a las nubes es como si fuera la primera vez.
Había tomado un tren a Figueras, una ciudad catalana que queda a tan solo una hora y media de Barcelona en tren. Los viernes se me estaba haciendo costumbre llegar a mi trabajo con mi mochila para luego tomarme un fin de semana en algún pueblecito cercano. Ya me conocía los recovecos de la estación de Sants, donde cada viernes tomaba un boleto a un lugar que elegía al azar, solo porque me producía curiosidad su nombre o porque el tren estaba próximo a salir. Mientras estaba en la sala de espera, iba buscando en mi móvil un hostel o un hospedaje en Airbnb para el fin de semana, investigaba un poco el lugar y buscaba recomendaciones.